Disculpas a voces
Hace unas horas Mariano Rajoy pidió en el Senado disculpas a los españoles por los escándalos de corrupción que se están desvelando. Sin embargo, lo hizo leyendo y sin que se apreciara modificación alguna en ninguno de los elementos paralingüísticos (tono, intensidad, timbre, entonación…) que habitualmente se ven alterados por las emociones.
Su “lamento profundamente la situación creada…” a partir del minuto 0:31, es formalmente una increpación, y no una disculpa. Porque:
- Nada en su timbre desvela implicación emocional. “Lamento profundamente” suena igual que el resto del discurso, de lo que se infiere que ninguno de sus músculos laríngeos o faríngeos está comprometido emocionalmente con ese lamento. No se escucha ningún temblor en la línea de tono, cambio respiratorio o constricción muscular que la presunta emoción subyacente provocaría.
- La intensidad elevada de la voz lo aleja de sus propias palabras, restándoles valor, al tiempo que marca una gran distancia con quienes lo escuchan. La emoción que acompaña a una disculpa sincera es la “vergüenza”, la cual provoca un intento de ocultación en el sujeto que lleva a un descenso en el volumen de la voz.
- La inflexión ascendente de la frase es más propia de las intenciones apelativas (increpar, provocar, mover al otro…), que de las expresivas (mostrar vergüenza, por ejemplo). Y la semianticadencia (inflexión ascendente) no comunica un mensaje acabado, por lo que la presunta afirmación pierde firmeza y aumenta el desconcierto en cuanto a la sinceridad de lo que se dice.
Todo lo anterior provoca una disociación entre el significado de las palabras elegidas y el sentido en el que están siendo dichas, a la que se suma el hecho de que su declaración haya sido leída, motivos por los cuales sus disculpas resultan poco creíbles.
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